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sábado, 24 de diciembre de 2016

Un milagro navideño



Un milagro navideño

Terminó la discusión sentenciando que la navidad era un día más, que no debería hacerse tanto alboroto. Pero no siempre fue así. O por lo menos, no para él. Ciertamente desde pequeño la víspera de navidad traía su propio aroma. No como en las películas de Hollywood, donde los adornos rojos y verdes taponando la nieve parecieran  encubrir el crudo invierno, sino el aroma del incipiente verano, generalmente pasado por agua. Recordaba esas navidades en casa de sus padres; la pirotecnia siempre insegura; los efluvios de la carne asada y el candor del brindis con un beso. No recordaba exactamente el momento preciso en que empezó a odiar las fiestas. Pero, muy seguramente fue cuando sucumbió a la madurez. Cuando dejó de ser niño y perdió  las esperanzas para siempre.
 Se recluyó por completo en la más absoluta soledad cuando abandonó el hogar de sus padres. Impostando una pretenciosa independencia afectiva, en pos del crecimiento profesional Odiando cada uno de los acontecimientos donde se demostrara algún tipo de amor. Sin amigos ni familia. Discutía con  cada desconocido que defendiera las festividades, siempre en el anonimato de las redes sociales. Detestaba el calor sofocante de Diciembre, aquí en pleno centro porteño.
Sus padres nunca perdieron las esperanzas. Cada 20 de Diciembre comenzaban una larga peregrinación telefónica para convencerlo de festejar la noche buena  en su casa. Pero él siempre se las ingeniaba para matar sus esperanzas. No atendía las llamadas, o atendía con deprecio y si ellos osaban acercarse en persona, apagaba las luces de su departamento y se echaba una buena siesta hasta que se fueran. Así por 10 años largos esquivó los festejos navideños.
Hoy estamos a 24 de Diciembre. Aún nadie ha llamado. Aún nadie ha tocado a su puerta para rogarle festejar la noche buena en familia. Contrariamente, no se siente liberado. Se siente extremadamente sólo. Desea el aroma de esas navidades de la infancia, de las veredas recién baldeadas; anhela el sonido inseguro de la pirotecnia; el humo de la carne asada y sobre todo, el candor de los brindis con un beso. Decide llamar a sus padres, quizá aún quieran recibirlo…

martes, 4 de octubre de 2016

El fantasma de Villa Adelina

En el barrio de Villla Adelina, aquí en el conurbano bonaerense, existe una casa donde muchos aseguran, sin temor a equivocarse, que vive un espectro sospechosamente malicioso. La sospecha que denuncio no hace referencia a  su carácter pernicioso; más bien levanto el velo de la duda sobre la existencia misma de dicho fantasma. Mi conjetura es que fue un invento de comerciantes inescrupulosos para atraer a la muchedumbre consumista.
 Hay varios puntos a favor que respaldan la hipótesis formulada: la actividad comercial en nuestro barrio se ha visto muy deteriorada por las reiteradas crisis económicas que azotaron al país, en forma pendular desde... bueno, desde siempre. Entonces, no me extrañaría que alguno de estos vendedores de cuarta, desesperados por vender hasta sus orines, hayan inventado la existencia de un espíritu. Lo que sucede, y  esto no puedo explicarlo del todo, es que inventaron un fantasma malicioso. Que asusta a los pibes y a las viejas. El resultado fue el contrario: la anhelada clientela se vio espantada. Pero no por eso mi hipótesis es descartada. 
Acá en el barrio,  los comerciantes son unos caraduras. Todavía recuerdo, allá por el 1976 cuando Gustavo, el carnicero, disfrazaba la milanesa cuadrada vendiéndola como lomo; y te vendía la picada común como especial... un descarado.
Otra de las valoraciones empíricas que respalda mi hipótesis es la total falta de concordancia entre los relatos acerca del fantasma. Las historias infantiles las pasaré por alto; es sabido que las más de las veces son influenciados por la televisión o programas radiales. Pero pensemos en los relatos de los adultos y los viejos. Ellos cuentan que el espectro es gritón. Se oye como un grito gutural que no deja apreciar semántica o sintaxis alguna, cuando pasan cerca de la vieja casona. Desde un jardín sin enrejar, los transeúntes escuchan sólo gritos. Pero como siempre, cuando diferentes sonidos sin sentido caen presos de la subjetividad, los gritos adquieren significación . 
Algunos dicen que el espíritu grita sólo malas palabras y amenazas para espantar a la gente de su jardín; otros denuncian que el fantasma es justiciero y que a viva voz desenmascara a ladrones y asesinos del barrio. Como el turco Asangi, que cayó preso cuando  según se relata, el fantasma justiciero denunció el hurto de un automóvil cometido por el turco años atrás. Otros aún son más jugados y pretenden sacarle al fantasma respuestas acerca de las inquietudes existenciales propias del ser humano. Así, se plantan en el jardín y comienzan a interrogar al espíritu ¡Qué estupidez! Como si realmente pudiera escucharlos. ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Cómo es el más allá? ¿Qué quieren las mujeres? De los gritos descontrolados del fantasma, que oscilan en gravedad y agudeza, algunos se llevan una respuesta. Otros, la mayoría por cierto, se desencantan de la idea y empiezan a confabular explicaciones racionales del fenómeno: ondas mecánicas que emanan de la superficie del suelo, ondas electromagnéticas que emanan de la superficie del suelo, algún tarado escondido en la vieja casona que está bromeando con nosotros.... etcétera.
 Lo cierto es que nadie sabe nada. Los ruidos están. Pueden tener una explicación racional... pero están. Yo sin embargo, no me canso de denunciar que es todo un invento de esos comerciantes. Lo grito a viva voz, pero nadie me escucha. Vienen con sus preguntas estúpidas pero no me escuchan. .Vienen a escuchar sólo lo que quieren oír. A veces me enojo demasiado con toda esta gente del barrio. ¿ Cómo no logran darse cuenta de que es todo obra del capitalismo y del consumismo desmedido? Todo es obra del consumismo. Todo. Desde la física mecánica, hasta el psicoanálisis. Desde el pavoneo de un organismo unicelular, hasta el cáncer que me ultraja. Todo culpa del consumismo. Lo grito y lo denuncio y nadie me escucha. ¡Qué necios! Sólo escuchan lo que quieren oír. Bueno... después de todo, si hay algo que me enseñaron los años de vida es que siempre que preguntamos es para escuchar algo conocido, algo que nos reconforte. Y no la cruda verdad: ¡La pregunta misma es obra del capitalismo!
 Recuerdo aún el año 1956, cuando limpiando el jardín de mi casa yo mismo veía pasar a la gente tratando de que me escucharan. Tratando de que entiendan que el fantasma no existe. Que es sólo una invención de los comerciantes inescrupulosos de este barrio de mierda, que debería perderse para siempre. 

martes, 16 de agosto de 2016

El Colegio de la Sagrada Retórica Inventiva

En el barrio de San Isidro,  a la vera del ferrocarril Mitre, un enorme diseño arquitectónico de estilo greco romano, separa a los transeúntes del Colegio de la Sagrada Retórica Inventiva. En esta institución se formaron innumerables líderes políticos de las más variadas familias patricias de la zona: desde los Pereira Iraola, hasta los Beccar Varela de la Rosa; todos pasaron por los tutores y profesores de esta escuela.

Su historia se remonta hasta la fundación misma de la ciudad de Buenos Aires por Don Juan de Garay. Es sabido que, tras la colonización llevada a cabo, hubo una suerte de repartija de territorios conformados por chacras y tierras fértiles, entre españoles, criollos y mestizos. Estos territorios conformaban el llamado "pago de la costa". Con una devoción a San Isidro Labrador, casi un siglo después de la colonización de Garay, Don Acassuso le dio el nombre de su santo patrono a lo que hoy se conoce como San Isidro. Y desde esa fecha - 1706 - el Colegio de la Sagrada Retórica Inventiva, está en pie formando,  nutriendo y exportando a  las mentes de los principales líderes del barrio y del país, incluso del mundo. 

El plantel docente de esta institución estuvo  constituido desde el principio por personal seleccionado bajo una estricta consigna - decretada por su fundador y director. "Ningún profesional, de ninguna índole debe formar parte del plantel de tutores y docentes". Tal era la rigidez de esta directriz, que la sola mención de alguna palabra rebuscada o de léxico que respondiese a algún colegio profesional, debía dar por terminado todo el largo proceso de selección al que centenas de postulantes se sometían cada mes. Es que el colegio era famoso , además, por sus cuantiosas remuneraciones y premios por presentismo.

Hoy en día, los tutores y docentes que componen el staff tienen variada procedencia: los Kioskeros imparten administración de empresas; los remiseros se encargan del dictado de geografía; los verduleros imparten botánica; los carniceros biología celular y molecular; los vendedores de diarios y revistas imparten lengua y literatura; los colectiveros enseñan ética profesional; los políticos, no letrados,  dan clase de historia y ciencias sociales; los tarotistas dan clases de psicología; y así podría seguirse en la descripción de la nómina docente del colegio . Pero, sin duda alguna, el cargo más importante era el de docente de retórica inventiva. Este cargo estaba en manos - y esto formaba parte de las directivas  del fundador -  de vendedores ambulantes de remarcada capacidad de engaño. Incluso tarotistas diseñaron test psicométricos de dudosa validez y confiabilidad para evaluar esta capacidad, garantizando de esta manera, la mejor y fiable selección.
¿Qué tipo de contenidos se impartían en la clase de Retórica Inventiva? Es un secreto que nadie sabe. No olvidemos que los docentes, alumnos, padres y egresados de la institución, tienen terminantemente prohibida la difusión del contenido curricular  invaluable que han recibido. El no acatar la prohibición de difusión tiene como consecuencia la pena de muerte. Todo el barrio lo sabe. Es una mafia de sicarios egresados la que controla la ejecución de tales penas.

Pero a pesar del hermetismo que caracteriza al Colegio de la Sagrada Retórica Inventiva, algunas cosas - como las mencionadas - han podido filtrarse. Sobre la asignatura Retórica Inventiva se ha filtrado sólo una máxima rectora: "... en toda discusión o argumentación carente de coherencia, sólo valen dos armas: el conocimiento o la inventiva. En otras palabras, cuando se establece una discusión  o cargo del que nada se conoce, pues bien... se inventa". "Si no lo sabes, lo inventas" se cuenta que el eminente profesor Cacho Arduña le repetía hasta el cansancio a los jóvenes de la familia Aconte. Estos Aconte fueron los que, durante los años ochenta, estuvieron a cargo de la economía del país.

Durante el mandato presidencial de Álvaro Acre, egresado con honores del colegio -  con título de Licenciado en ciencias políticas - , se cometieron infinidad de latrocinios, evasión de impuestos y demás delitos. Todos solventados en la creencia de un crecimiento económico sostenido por el Modelo Económico de Rutherford - Bohr. Muchos científicos de otras escuelas, ajenas a la Sagrada Retórica, han esgrimido argumentos denunciando la falsedad de tal modelo. Incluso, algunos hoy en día, ponen en tela de juicio las capacidades ejecutivas del ex presidente Acre. Lo cierto es que durante su mandato, no hubo manera de ganarle una sola discusión. En un debate presidencial con el candidato de la oposición Julián Amador, se dio el siguiente diálogo que demuestra la grandeza de la oratoria de Acre:

- A mí me parece que usted es un canalla mentiroso Acre. Basa sus promesas de campaña en un modelo que nadie conoce.
- Mi estimado Julián - dijo Acre con total serenidad, observando la frente sudorosa de su adversario - no hay necesidad de que se ponga usted nervioso. Es lógico que no conozca el modelo, de corroboración científica, en el que baso las promesas de mi campaña. Ese modelo que usted desconoce, ha salvado a la ya caída república de Kasajtán del colapso económico en los '70. O ¿acaso usted va a negarme ese hecho también?¿Niega a los ciudadanos de este país de un plan de salvataje de insuperables tasas de crecimiento?
- Yo no conozco el caso de Kasajtán, pero...
- Discúlpeme, pero lo voy a tener que interrumpir. ¿Usted cree que este país de gente noble y honrada puede ser gobernada por alguien que no conoce? ¿No le parece una falta de respeto? A mí me parece que usted es el canalla mentiroso, Amador.

Ese debate le dio el puntapié final para el despegue de su carrera presidencial. Nadie, después de eso, puso en tela de juicio sus conocimientos y verdades. Algunos por miedo a la humillación; otros por miedo a equivocarse.  Ni los mismos Rutherford y Borh, pudieron demostrar la falsedad de la aplicación de su modelo atómico a los fines económicos. Dijeron al respecto: "... el alcance de nuestro modelo para las ciencias ha sido incuestionable"
 
El colegio, luego de muchísimos años, logró infiltrarse en cada esfera académica del país. Médicos, abogados ,psicólogos, políticos, contadores, odontólogos, veterinarios, entre otros, se encuentran influenciados por la ideología del colegio. A tal punto que hoy en día, en todo nuestro vasto territorio, nadie puede aseverar a ciencia cierta si un profesional está desempeñando con la verdad su oficio, o si sólo está inventando con elocuente veracidad. En nuestro país, gracias a la influencia magmática del Colegio de la Sagrada Retórica Inventiva, no se sabe qué es verdad o qué es invento. Algunos sociólogos, quizá inventando, afirman que esta escalada de imbricación de la escuela se está observando en otros países distantes del globo.

Yo mismo soy egresado del Colegio. Desacredito desde este mismo momento cualquier tipo de denuncia que trate de falsos los relatos y documentaciones aquí presentados, conforme a la Ley 24567 de protección de datos históricos y documentales de la Nación Argentina. 

jueves, 11 de agosto de 2016

Inicio de Tesis

"Numerosos artículos de divulgación científica se han escrito al respecto". Me parece una excelente entrada para la introducción de mi tesis. Logré, por fin, una atmófera ideal para la redacción: una luz ténue y cálida que ilumina mi escritorio; el aroma a café recién hecho que permite dar estatuto a mi oficina; y lo más importante, mis lentes apoyados sobre la mesa. No tengo ningún problema de visión, pero me gusta dejarlos desplegados en el escritorio, generando así, una acertada escena de cultura e intelectualidad.
Es increíble como un momento de lucidez puede ausentarse por tanto tiempo. Estoy hace ya tres horas intentando completar el trabajo, y sólo he conseguido esa bendita frase. Muy común por cierto.
 Ahora surge una duda: ¿cuáles son los numerosos artículos a los que hago referencia? Ciertamente sólo cuento con uno, y de dudosa procedencia. De hecho, dudo que realmente se trate de divulgación científica. Así que mejor quito esto y dejo: "se ha escrito mucho al respecto". Me gusta como comienzo; tiene fuerza y contundencia; además es coherente con la máxima literaria "menos es más". Este suéter ya está apretando demasiado; la luz ténue está propiciando un esfuerzo de la vista que empieza a hacerse sentir; y me doy cuenta de la inutilidad y molestia del par de anteojos desplegados en la mesa.
Pero ahora surge otro interrogante: ¿realmente se ha escrito mucho  al respecto? Quizá sí, pero lo cierto es que yo cuento con un solo material bibliográfico para mi tesis. ¡No puedo ser tan descarado y canalla!; mentir de esa manera es imperdonable. Voy a cambiarlo: "Se ha escrito al respecto". El impersonal le da cierta formalidad inherente a todo trabajo prestigioso. Ahora que lo pienso, el artículo que citaré para mi tesis de doctorado fue redactado, editado y publicado por mí mismo. Entonces la oración de entrada a mi tesis queda totalmente autorreferencial.
Lo lamento mucho por el lector, pero debo ser honesto: "He escrito al respecto".

viernes, 5 de agosto de 2016

El encuentro

Estoy intentando alcanzar con la mirada alguna risa complaciente que me entregue la verdad.
 El viaje en el colectivo se está haciendo largo y doloroso; desde las seis de la mañana despierto y ahora, a las once de la noche, recién puedo emprender el camino de regreso a casa. ¿Qué hace tanta gente viajando a esta hora ?

Busco enamorarme esta noche. Y que alguien se enamore de mí.
Ella me está mirando, nadie podría negarlo. Me mira y se ríe. ¿De qué se ríe? Es difícil distinguir entre una risa cómplice y una burlona. Pero no importa, me está mirando. Trato de no reírme y mantener la mirada.

Se baja del colectivo y la sigo. Es realmente hermosa: con su campera roja bien entallada y su cabeza, cubierta por su capucha, tiene cierto aspecto infantil. Hace frío. Lleva puestos unos pantalones ajustados que resaltan su firme figura. Recuerdo esos ojos azules  que me miraban hace un rato...¡qué belleza!
Mientras la sigo , deseo que gire ... seguir con nuestro juego de miradas. Sé que logré enamorarla. Esta noche es la indicada. Yo ya me enamoré. Pienso mientras camino: ¿podré estar a su altura?... un simple empleado. No me había fijado en los hermosos zapatos de plataforma alta que calza. 

Dobla en una esquina. Es ahora o nunca. Tengo que hablarle. Gritarle algo. No me sale. Mejor la sigo un poco más, quizá  podamos jugar con las miradas nuevamente. ¿Cómo pude estar tanto tiempo sin ella? ¿pensará lo mismo de mí?... creo que la amo. Me imagino con ella; compartiendo nuestra casa, criando a nuestros niños - dos o tres - y conduciendo nuestro auto, camino a quién sabe dónde.

Piso más fuerte, lentamente, para que ella note que estoy detrás. Me mira. Esa mirada de espera, con sus hermosos ojos azules. Cómo no distinguirla de otras. Ella espera que me acerque y corre. Empiezo a correr. Jugamos.

Jugamos un largo rato, como en esas películas donde los amantes se persiguen uno a otro para encontrarse en el amor. Entre gritos y carcajadas. ¡Cuánto júbilo! Por fin encontré el amor. Quién lo diría...un Lunes por la noche, en una calle casi desierta. Ella me mira, esta vez deseosa...es el momento. Ya muchas veces dejé pasar encuentros similares, preso de la timidez, del miedo al rechazo..esclavo de mis inseguridades. ¿Seré un buen hombre?

Nuestros cuerpos se mezclan entre llantos jubilosos y ruegos al dios mismo. Sigue jugando, pero yo estoy extasiado, necesito amarla. Debo amarla. Ella ruega que me detenga. Seguramente tiene vergüenza. Es cuestión de desestimar sus demandas para así, humildemente, satisfacerla en sus deseos.

 ¡Cuánto goce en una noche!

 Se retuerce demasiado, me incomoda con sus movimientos. No me deja amarla como he aprendido...creo que está jugando;¿ le gustará el amor violento?  La golpeo.  Varias veces. Mientras se regodea  en un baño de sangre, placer y satisfacción. Nos amamos.

Se queda dormida en aquel baldío, extenuada de amor. 



jueves, 28 de julio de 2016

Sesión de apertura

Siempre creyó que su preparación académica lo acreditaría para todo tipo de pacientes. Neuróticos sobre todo. Habitualmente desplegaba las estrategias de la asociación libre para encarar todo tipo de problemáticas y motivos de consulta: pacientes con trastorno obsesivo compulsivo, histéricas demandantes de amor y reconocimiento y los cada vez más frecuentes fóbicos, con sus temores infundados.
Como siempre, llegó temprano a su consultorio - mucho antes de su primer paciente -  para organizar las historias clínicas, prepararse un café bien cargado y fumarse el primer cigarrillo del día. Hacía mucho tiempo que intentaba dejar de fumar, pero no había caso: le encantaba  el corte que el tabaco propiciaba para distraer la monotonía del día. Disfrutaba cada pitada y cada bocanada de humo. Tal cosa se había convertido en un ritual inquebrantable.
Mariano llegó quince minutos adelantado. No había manera de hacerle entender a este paciente, diagnosticado como neurótico obsesivo, que la puntualidad no significaba llegar antes de la hora programada. Su ansiedad caracterológica lo llevaba a este comportamiento. Se presentó ese día muy desprolijo; algo que cortaba con sus presentaciones habituales: prolijidad de traje y corbata. Mariano trabajaba en un local de ventas mayoristas, encargado de recepcionar los pedidos. Su carácter obsesivo lo hizo acreedor en numerosas ocasiones del galardón al empleado del mes. Y más de una vez estuvo a punto de convertirse en gerente de sucursal, sino hubiese sido por los habituales ataques de ira que afectaban a sus compañeros y clientes. Es que Mariano no soportaba la desprolijidad en su lugar de trabajo. Tampoco soportaba la desprolijidad de los clientes. Cierta vez profirió todo tipo de improperios y  casi arremetió una trompada contra un cliente, por que éste no guardó el ticket correspondiente a su compra cuando iba a retirar el pedido. Este fue el motivo - más ajeno que propio -  para llegar al consultorio del Licenciado Pedro Ramiro Irgazábal, psicoanalista.

Irgazábal tomó nota de su insólita  desprolijidad y lo anotó como un punto a trabajar durante la sesión.

- Hoy quisiera retomar uno de los puntos de análisis que dejamos en el tintero la sesión anterior - enunció Irgazábal, con una eminencia de teatro - . Me refiero a sus fantasías de asesinato contra sus compañeros, por no responder a su forma de organización.

Fiel a sus aprendizajes, esperó unos instantes a que el paciente desplegará las asociaciones pertinentes tomando ese punto como partida. Sin embargo, esta vez Mariano guardó un silencio demasiado prolongado. Algo poco habitual en sus performances anteriores. Silencio que logró incomodar  al Licenciado Irgazábal.

- Mire Pedro - dijo repentinamente Mariano - , la verdad hoy quiero hablar de otra cosa. De algo que me sucedió ayer a la noche, mientras caminaba por mi barrio, volviendo del trabajo.

- Cuénteme - dijo Irgazábal exagerando curiosidad.

- Mientras caminaba como le decía,  por la noche, volviendo de mi trabajo, asomó a mi mente cierto pensamiento: ¿ Qué es lo que soy yo para los demás?. Es que la verdad, viéndome en perspectiva, no soy más que un empleado, y muchas veces me creo superior al resto.


- Continúe - dijo el psicoanalista impaciente.

- Ayer dialogando por internet con uno de mis compañeros, él me dijo esto: "no sé por qué crees que sabes más que nosostros, si no estudiás nada y sos un empleado más". Y la verdad tiene razón... no soy nada.

El licenciado Irgazábal estaba habituado a entregarse a  sus pensamientos mientras los pacientes le contaban sus penurias. Sólo prestaba atención cuando escuchaba en el relato algo distinto, algo disruptivo al parloteo habitual y mecánico. Tardó mucho tiempo en aprehender este arte. Al principio de su ejercicio profesional tomaba nota de todo, hasta de  gestos y ángulos de postura corporal. Incluso imposición de la voz. No recuerda cuándo, pero logró con el correr de la experiencia, escuchar sólo lo importante. Y esto resultaba ser importante. Mariano, habitualmente  posicionado en una superioridad frente a los demás,  cambió su lugar, su forma de ver el mundo. Esto era lo que Irgazábal intentaba lograr,  desde hacía muchos años,   mediante el dispositivo psicoanalítico.  Tal posición ¿ sólo pudo ser conmovida por las palabras de su compañero a través de internet?. ¿Acaso no valían de nada los años de terapia impartida? . De repente el Licenciado Pedro Irgazábal pensó "soy un inútil.. no soy nada". No lo podía permitir; no podía permitir tal desprestigio e insolencia. Una ira  invadió su ser. Pensó "quizá la terapia creó los cimientos para que Mariano pueda escuchar a su compañero". Pero esto no lo consolaba. Comenzó a recordar a otros pacientes, otras evoluciones. Comenzó a reflexionar sobre cuáles habían sido sus reales contribuciones a la recuperación de sus pacientes. Una crisis epistemológica, similar a las crisis de fe que achacan a los religiosos, luego de años de servicio vocacional.

- Mire Mariano - dijo el Licenciado con compostura y propiedad -, lo que usted dice es muy interesante. Pero ¿qué significa "no soy nada"?.

- Significa eso, que no valgo nada - le temblaba la voz - .  Da lo mismo que esté vivo o muerto.

- Tranquilo, tranquilo - trató de utilizar una suavidad que ocultara algo de la insolente felicidad que lo invadía-. Hay mucho por trabajar, pero es un buen comienzo reconocerse uno más, ¿no le parece?

- Mire Pedro, tengo 46 años, trabajo en un lugar que no me gusta, vengo a terapia desde hace ya quince años y usted jamás hizo nada para corregir mi forma de pensar. Siempre callado, viendo pasivamente como estaba desperdiciando mi vida. Usted es un hijo de puta. La cantidad de plata que he gastado en esto...

- Tranquilo, se que está enojado, y está teniendo otro ataque de ira. Pero gracias a la terapia, a este trabajo que venimos realizando, usted ahora puede ver otra forma de pensar. Esto requería su tiempo.

Irgazábal trataba de mantener la compostura mientras veía a Mariano levantarse y empezar a caminar de una esquina a otra, recorriendo la habitación a la vera del hermoso diván de cuero italiano.

- ¿A dónde va Mariano?, tome asiento por favor - dijo asustado el Licenciado.

- A ningún lado, estoy pensando nada más - metía y sacaba frenéticamente la mano del bolsillo del pantalón - . Tengo 46 años, si renuncio nadie me va a tomar en  ningún lado, no puedo estudiar por que ya estoy viejo, nunca formé familia, por que siempre todas las mujeres me parecieron inferiores a mi intelecto. ¡Qué intelecto carajo! ¡Viejo hijo de puta, cómo no me ayudaste a darme cuenta!

Siguió caminando un buen rato. Irgazábal estaba inquieto sobretodo por los pacientes que venían después de él. Lo aturdía la situación. Pero no sabía ciertamente cómo contenerla. Trataba de recordar sus estudios, pero nada. Quizá Mariano tenía razón y fue víctima de una mala praxis.

 - Mire Mariano - dijo Irgazábal tratando de atemperar su tono de voz, entre firmeza y suavidad - , la terapia que hacemos no es directiva, usted debió darse cuenta de su posicionamiento en la vida, recién ahora pudo hacerlo. Lamento que no hayamos podido conmover antes su postura frente al mundo. Pero el objetivo no era que usted cambie de trabajo o estudie, sino atender el motivo de consulta: sus ataques de ira.

-¡Motivo de consulta las pelotas!

Fueron esos ojos enrojecidos y el sonido estridente de su grito lo que hizo que,  por primera vez en su vida, el Licenciado Pedro Ramiro Irgazábal se levantara de su sillón, rompiendo el encuadre de la sesión, para enfrentar a su paciente. Se miraron un buen rato en silencio. Uno rememorando y reflexionando sobre  aspectos de su vida; el otro rememorando y reflexionando sobre aspectos de su práctica profesional. Ambos rompieron en llanto y se abrazaron, siempre en silencio. Pasó la hora. El timbrazo anunció la llegada del próximo paciente.

jueves, 14 de julio de 2016

El futuro robado

Mario sentía furia esa mañana. Furia por no poder concretar los proyectos que había soñado y planificado desde su temprana infancia. Desde aquella época proyectaba ser doctor o ingeniero, alguien importante; soñaba con tener dos o tres autos y una hermosa casa; soñaba con una preciosa esposa y tantos hijos como se pudiera, siguiendo las normas del decoro propias de la clase media. Sus padres habían trabajado toda su vida, desde muy pequeños, en distintas fábricas que inauguraban y quebraban pendularmente, como el devenir de la historia económica Argentina. Él también se inició laboralmente en su adolescencia, a los diecisiete años de edad. Comenzó como vendedor en un Mc Donalds y allí quedó.
Hoy a sus treinta años ninguno de sus sueños se hizo realidad. Ni una hermosa casa, ni una preciosa mujer con regordetes niños; sólo una moto pudo comprarse, su único orgullo.
Por supuesto echaba las culpas de su infortunio a la situación económica del país y al gobierno de turno. Y en parte era cierto, ya que nunca en su casa había sobrado un centavo para ir al cine o a comer fuera. Ni siquiera para irse a algún lugar de vacaciones, como el resto de los muchachos.  De nada valieron los esfuerzos de sus padres para que él termine sus estudios secundarios y pueda acceder a la anhelada universidad; de nada valieron los esfuerzos de sus profesores y de la escuela media número 16 para que no deserte en sus estudios. Cuando Mario a sus diecisiete años decidió dejar de estudiar para trabajar, en lo único que pensaba es en tener el dinero necesario para salir con sus amigos y divertirse, tener algo que los demás tenían como un derecho.
Esa mañana Mario recordó sus sueños sin poder distinguir en qué momento todo se había estropeado casi en forma irremediable. Recordó las palabras de su padre, "estudiá hijo mío, es lo único que te dará futuro, acá la comida nunca te faltará". Recordó -  al mismo tiempo que tomaba el cuchillo y lo escondía en el bolsillo interno de su campera -  cuan fútiles habían sido los momentos de diversión con los muchachos, desperdiciando noches enteras en el divague y el entretenimiento vacío de una botella de cerveza, o whisky, o vodka...ya no lo recordaba. Recordó, mientras salía a la calle, cómo esos mismos amigos vacíos y ahora distantes, lo habían traicionado al dejarlo sólo en su desdicha, al formar sus familias con preciosas mujeres e hijos regordetes, mientras él se pudría en un trabajo alienante y pasaba sus ratos de ocio soñando sueños imposibles. "Que país de mierda, un  laburante no puede concretar sus proyecto. Se roban todo". Mientras recordaba caminaba. Mientras recordaba merodeaba y observaba a las gentes con sus autos, con sus casas, con sus hijos y sus perros. Merodeaba deseándoles lo peor. ¿Quién podría culparlo?, ¿acaso él había tenido las mismas oportunidades que el resto?. Ciertamente que sí, Mario no podía negarlo, nunca les sobró nada, pero tampoco habían faltado los insumos básicos y necesarios para la proyección de un devenir mínimamente decente.  El había desperdiciado muchas oportunidades en pos de una fugaz diversión, o una noche apasionada. Nadie puede culparlo por eso. Pero mientras caminaba y veía a los otros, llenos de  sus sueños, los culpaba y condenaba. Un señor de saco, que escondía mínimamente su ostentosa bata de médico, llamó su atención. Odiaba a aquel señor paseando de la mano con sus pequeñas hijas, seguramente llevándolas al jardín o algo por el estilo. Él lo estaba provocando al mostrarle cómo hubiera sido su vida en otra vida. Contuvo la bronca hasta que no pudo más:

- Dame todo lo que tenés, hijo de puta - dijo, mientas sacaba el cuchillo de su bolsillo.
- Tranquilo, te doy lo que quieras - dijo el médico mientras ponía a sus hijas a cubierto -, estoy con mis niñas, las llevo al jardín. Tomá lo que quieras pero no me hagas nada.
- Yo hago todo lo que quiero pelotudo, ¿ves? - tomó del brazo a una de sus hijas con su mano izquierda, con la derecha seguía apuntando con el cuchillo - . Vos me robaste todo guacho.

No recuerda el momento exacto en que asestó la puñalada, ni tampoco cuando asfixió a una de las niñas para callar sus gritos y lloriqueos. Hoy Mario sale al patio del correccional en su hora de recreación; mira el cielo despejado sintiendo la cálida mañana en su rostro, y proyecta una nueva vida. 
"Hoy comenzaré a estudiar"

martes, 5 de julio de 2016

El payador del tren Belgrano

En el festejo de su quincuagésimo cumpleaños, Fernando contempló los logros de su vida. Su nacimiento tuvo lugar en el viejo barrio de Boulogne, allí donde la estación del ferrocarril Belgrano norte es el centro de la metrópolis. Su crianza fue humilde en demasía; muchas veces debió ayudar a sus padres a pedir limosna en la estación o recitó poemas por unas monedas. Allí descubrió su don de cantautor. Más bien era un payador urbano; recitaba los pormenores que trazaba la rutina, al compás de una guitarra de tres cuerdas que no afinaba ni una nota: el tren retrasado por una protesta gremial; el tren demorado por desperfectos técnicos; hasta cantaba las rutinas de venta que comerciantes ambulantes repetían hasta el cansancio. Muchas veces tuvo que discutir con otros de su oficio, sin duda menos talentosos, pero que ya habían pagado y con creces el derecho de piso en el ferrocarril Belgrano Norte. La más de las veces la indiferencia de los pasajeros atentó contra su oficio. Pero como de vez en cuando, sobre todo en el verano, la multitud ovacionaba su espectáculo, su talento casi innato resurgía aplastando de estupor a todo el público presente. Su payada más conocida - hasta quizá nunca olvidada - fue sobre el negro que tocaba el tambor sin recibir ningún aplauso. Había tanta rima, tanto deleite en la homofonía de las palabras, que ese día Fernando, el payador del tren Belgrano, acuño 20 pesos por vagón.
Un día el payador perdió su magia. Ya no podía recitar, ni siquiera entonar bien; ya no podía improvisar ante los hechos hasta ese momento motivantes, que se sucedían en un continuo a la vera del ferrocarril; ya no podía mirar al negro del tambor y esgrimir rimas burlonas, para el deleite de los pasajeros; su voz había perdido notoriedad y su alma se había apagado.  Algunos viejos limosneros dicen que perdió la voz, presa del despertar puberil; otros dicen que sucumbió a la verguenza frente a la indiferencia de las miradas; otros - la mayoría - dicen que sentó cabeza y maduró; y hay otros a los que ni les importa el payador ni el negro del tambor. Lo cierto es que desde aquel día, el payador del tren Belgrano, colgó las rimas y la canción para siempre y se dedicó a pedir limosna.
Hoy, en su quincuagésimo cumpleaños, el payador venido a menos, reposa en algún banco de la estación Carapachay, mientras transeúntes distraídos lo miran sin mirarlo y continúan con su andar.


domingo, 3 de julio de 2016

Un domingo lluvioso





Todos los Domingos, sin excepciones, la idea del suicidio asomaba por su mente; una idea insidiosa cuya única finalidad era el escape de una vida caótica y sin sentido. Hacía ya mucho tiempo que su historia oscilaba entre Domingo y Domingo, anhelando los Lunes y el trabajo  que ya se había convertido en el único motivo para levantarse  y encarar las semanas.¿Qué circunstancias desafortunadas habían llevado a Gustavo a reducir su existencia a una espera? ¿Acaso algún hecho traumático era la causal de tal deterioro del deseo?. No existía tal cosa; Gustavo simplemente no anhelaba la vida. Desde que hace uso de razón que "las deidades no existen"; "somos en un tiempo continuo realizando actividades para darle sentido a nuestra vida"; "..humanos que danzan al compás de algún ritmo para significar su inútil existencia".
Cierto Domingo de lluvia, frente a la persistencia de las ideaciones suicidas emergió cierta insolente vitalidad.  No pensó en quitarse la vida, ni en lo arbitrario de las palabras y costumbres; no pensó en la fugacidad de los momentos ni en su superioridad intelectual frente a los demás mortales; no pensó en la continuidad del tiempo, cierta idea de discontinuidad y alternancia comenzó a imponerse con fuerza; no pensó siquiera en su Dios que no lo mira y permanece indiferente frente a la inutilidad del ser.  Esa mañana, por fin, logró comprender que justamente, por ser la vida un camino lento y doloroso hacia la muerte; por no disponer después de ella de un segundo tiempo de revancha, lo mejor sería realizar actividades, no con el fin de dar sentido a la existencia, sino que permitan la felicidad aunque sea fugazmente, incluso frívolamente. Desde esa mañana dejó de intentar el suicidio; dejó de pensar en la grandeza y transcendencia  y  bajó a desayunar con su hermosa familia...se puso a vivir.

jueves, 10 de marzo de 2016

El olvido de Auguste

"Por así decirlo... he perdido mi yo"
 Pocas cosas son tan dolorosas como el olvido .Mucho más cuando ese olvido es gradual e inexorable. Un lento pero profundo camino al desconocimiento y a la fragilidad propia del estado de indefensión.
 A los cincuenta y un años, con una hermosa hija y con más de un cuarto de siglo de matrimonio con su amado esposo, no hay mucho más que pedirle a la vida. Auguste era una mujer como cualquier otra del siglo XX. Hija de la sociedad del 1800 en Alemania, se dedicaba habitualmente al cuidado del hogar, de su hija y de su marido. Siempre diligente, no hacía caso al deseo poderoso de la procastinación de las tareas domésticas. Tenía un amor ciego por su hija y devoción por su marido. Esta última poco a poco se fue desvaneciendo, cuando las sospechas de infidelidad se hicieron patentes en su conciencia. No eran infundadas. O por lo menos así ella lo creía. No le importaba siquiera poner en tela de juicio su convicción en la traición de su esposo y una de las vecinas de la localidad de Frankfurt, Alemania. Como buena esposa de la época no tenía derecho a increpar a su marido en público, ni mucho menos someter estos menesteres privados ante los ciudadanos y vecinos más próximos. Así que simplemente dejó de dirigirle la palabra a Karl, su esposo, y a la vecina en cuestión.
 Karl Deter amaba a su esposa e hija. Eran la luz de su vida. Por supuesto tenía relación con los vecinos del barrio, pero nada fuera de las habituales muestras de cortesía de aquella época. Cierta vez, luego del trabajo y antes de ingresar a su hogar, se topó en la calle con Anna, vecina contigua de los Deter. La había acompañado hasta la despensa por unos víveres. Auguste miró por la ventana y no tuvo el menor signo de impaciencia ni ansiedad. Si bien fugazmente se le había cruzado la idea de la traición, muchas veces había sentido lo mismo, y lo consideraba un sentimiento propio y acorde para toda mujer que merezca el título de excelentísima esposa y madre de un hogar bien formado. Celar a Karl tenía cierto atractivo para la renovación del amor de la pareja. Veinticinco años de matrimonio no son fáciles de contar sin el condimento de lo novedoso que el celo puede aportar. Sin embargo aquella tarde en que Karl acompañó a Anna, algo más que estos celos renovadores asomó por su mente; la incipiente pero feroz sensación de que todos se reían de ella a sus espaldas. A su entender, y sin poder dar un juicio crítico al respecto, todos los vecinos se burlaban de ella y conocían de los paseos de Karl con Anna. Si bien este incidente podría caratularse como inaugural para estas ideaciones persecutorias, ella no podía entender qué es lo que sucedía. Hasta el día anterior tenía la más férrea confianza en su esposo y una cortés relación con sus vecinos. De un día para otro se dio paso esta terrible sensación paranoica. Se sentía humillada y en cierto sentido mutilada. Mutilada en su identidad. Ya que de ser una mujer educada en las más finas modestias de las labores del matrimonio, pasó a la furia del despecho. Se la pasaba horas y horas caminando a grandes pasos por su hogar. Pensando en cómo se vengaría de todos aquellos que le habían brindado tan injusta ofensa. A grandes y profundos pasos deambulaba por su hogar hasta que sus pensamientos callaron, pero no su marcha. Se encontraba caminando sin poder parar, pero sin saber por qué.


El peor de los sentimientos afloró. La sensación de ajenidad hacia su propio ser. 
Cocinando un día para su familia se dió cuenta de que no recordaba la receta de unas chuletas de cerdo que deseaba servir en la cena. Cometía errores en tareas que antes realizaba sin miramientos ni reflexión previa. Cierta ocasión fue la alarmante. De estar preparando el amuerzo pasó a estar deambulando en sus feroces pasos, sin recordar siquiera la transición entre las dos actividades. Poco a poco se despreocupó de todo. De las tareas domésticas, de la administración del dinero familiar e incluso de su propia higiene. Lejos pero no sepultados quedaron los pensamientos persecutorios. Mantenía distancia con su marido, aunque muchas veces olvidaba la razón de su frialdad. Karl estaba sumamente preocupado. . La oscuridad aplastó el hogar de los Deter. No sabía que hacer realmente. En aquella époco, allá por los albores de 1900, el comportamiento de su esposa era considerado signo de locura o demencia. Más de lo primero, teniendo en cuenta la edad de su amada. La valoración de la locura por aquel entonces, estaba intimamente correlacionada con el concepto de delincuencia y reclusión. No en pocos lugares, los enfermos mentales eran confinados a la sepultura en vida. Víctimas de los peores tratos y abandonos. Sin embargo el hospital mental de Frankfurt tenía la fama por su trato humanitario hacia los pacientes mentales. Karl estaba en el proceso de decisión entre dos alternativas: esperar un poco más la remisión de los síntomas o llevarla de inmediato para su atención.
Un hecho aceleró el proceso; Cierta mañana Auguste se despertó gritando y llorando. Todo su cuerpo temblaba. Tenía miedo de estar muriéndose. Y le costaba expresarse al hablar. Realmente no se entendía demasiado lo que decía. Por un leve momento, cuando Karl escuchó el grito, tuvo una sensación de felicidad. La felicidad propia de reconocer en aquellos gritos el retorno de su amada. Pero nada de esto era así; Era devastador, un  grito frente al involuntario adiós.  Karl tuvo un estremicimiento; Ya no reconocía a su esposa. Compañera fiel en su hogar. Madre amorosa y diligente. Nada de esto aparecía en aquella imagen devastadora,  más que el desvalimiento de su mirada.
Alois Alzheimer también sintío el desvalimiento cuando vió por primera vez a Auguste. Ya había observado pacientes en similares condiciones, pero en general en adultos mayores de 70 años, en el final de sus días. Presas de la demencia senil. LLamó su atención la juventud de Auguste en relación con el cuadro sintomatológico. Podría tratarse de un envejecimiento prematuro, sugeriría el eminente doctor Kraepelin años más tarde, mientras escribe su octava edición clasificatoria de los transtornos mentales, mencionando y sentenciando la caracterización de este cuadro como la enfermedad de Alzheimer.
Durante las primeras entrevistas Auguste no podía ilar correctamente sus pensamientos y le costaba muchísimo expresarse verbalmente. No lograba recordar sucesos acontecidos durante las entrevistas y poco a poco fue desapareciendo, sucumbida en un total olvido. Olvidó el nombre de su esposo, de su hija. Olvidó hasta su propio nombre. En uno de sus últimos actos de lucidez logró decir ".. he perdido mi yo".
Auguste falleció finalmente a los 55 años, en el 1906. Fue la primera paciente diagnosticada con la patología conocida hoy en día como la enfermedad de alzheimer. Fue justamente el doctor Alois Alzheimer el que nunca olvidó a Auguste.

 Una pequeña recomendación 

El filme "Siempre Alice" (2014) con Julianne Moore como actriz protagonista es atrapante por su argumento y por la espectacular interpretación de la mencionada actriz. Además permite captar con una dolorosa veracidad los inicios de esta patología de forma precoz. 
Nos permite recordar quizá a Auguste y su dolorosa y desvalida mirada, cuando la enfermedad sentenció precozmente el ocaso de sus días.