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jueves, 14 de julio de 2016

El futuro robado

Mario sentía furia esa mañana. Furia por no poder concretar los proyectos que había soñado y planificado desde su temprana infancia. Desde aquella época proyectaba ser doctor o ingeniero, alguien importante; soñaba con tener dos o tres autos y una hermosa casa; soñaba con una preciosa esposa y tantos hijos como se pudiera, siguiendo las normas del decoro propias de la clase media. Sus padres habían trabajado toda su vida, desde muy pequeños, en distintas fábricas que inauguraban y quebraban pendularmente, como el devenir de la historia económica Argentina. Él también se inició laboralmente en su adolescencia, a los diecisiete años de edad. Comenzó como vendedor en un Mc Donalds y allí quedó.
Hoy a sus treinta años ninguno de sus sueños se hizo realidad. Ni una hermosa casa, ni una preciosa mujer con regordetes niños; sólo una moto pudo comprarse, su único orgullo.
Por supuesto echaba las culpas de su infortunio a la situación económica del país y al gobierno de turno. Y en parte era cierto, ya que nunca en su casa había sobrado un centavo para ir al cine o a comer fuera. Ni siquiera para irse a algún lugar de vacaciones, como el resto de los muchachos.  De nada valieron los esfuerzos de sus padres para que él termine sus estudios secundarios y pueda acceder a la anhelada universidad; de nada valieron los esfuerzos de sus profesores y de la escuela media número 16 para que no deserte en sus estudios. Cuando Mario a sus diecisiete años decidió dejar de estudiar para trabajar, en lo único que pensaba es en tener el dinero necesario para salir con sus amigos y divertirse, tener algo que los demás tenían como un derecho.
Esa mañana Mario recordó sus sueños sin poder distinguir en qué momento todo se había estropeado casi en forma irremediable. Recordó las palabras de su padre, "estudiá hijo mío, es lo único que te dará futuro, acá la comida nunca te faltará". Recordó -  al mismo tiempo que tomaba el cuchillo y lo escondía en el bolsillo interno de su campera -  cuan fútiles habían sido los momentos de diversión con los muchachos, desperdiciando noches enteras en el divague y el entretenimiento vacío de una botella de cerveza, o whisky, o vodka...ya no lo recordaba. Recordó, mientras salía a la calle, cómo esos mismos amigos vacíos y ahora distantes, lo habían traicionado al dejarlo sólo en su desdicha, al formar sus familias con preciosas mujeres e hijos regordetes, mientras él se pudría en un trabajo alienante y pasaba sus ratos de ocio soñando sueños imposibles. "Que país de mierda, un  laburante no puede concretar sus proyecto. Se roban todo". Mientras recordaba caminaba. Mientras recordaba merodeaba y observaba a las gentes con sus autos, con sus casas, con sus hijos y sus perros. Merodeaba deseándoles lo peor. ¿Quién podría culparlo?, ¿acaso él había tenido las mismas oportunidades que el resto?. Ciertamente que sí, Mario no podía negarlo, nunca les sobró nada, pero tampoco habían faltado los insumos básicos y necesarios para la proyección de un devenir mínimamente decente.  El había desperdiciado muchas oportunidades en pos de una fugaz diversión, o una noche apasionada. Nadie puede culparlo por eso. Pero mientras caminaba y veía a los otros, llenos de  sus sueños, los culpaba y condenaba. Un señor de saco, que escondía mínimamente su ostentosa bata de médico, llamó su atención. Odiaba a aquel señor paseando de la mano con sus pequeñas hijas, seguramente llevándolas al jardín o algo por el estilo. Él lo estaba provocando al mostrarle cómo hubiera sido su vida en otra vida. Contuvo la bronca hasta que no pudo más:

- Dame todo lo que tenés, hijo de puta - dijo, mientas sacaba el cuchillo de su bolsillo.
- Tranquilo, te doy lo que quieras - dijo el médico mientras ponía a sus hijas a cubierto -, estoy con mis niñas, las llevo al jardín. Tomá lo que quieras pero no me hagas nada.
- Yo hago todo lo que quiero pelotudo, ¿ves? - tomó del brazo a una de sus hijas con su mano izquierda, con la derecha seguía apuntando con el cuchillo - . Vos me robaste todo guacho.

No recuerda el momento exacto en que asestó la puñalada, ni tampoco cuando asfixió a una de las niñas para callar sus gritos y lloriqueos. Hoy Mario sale al patio del correccional en su hora de recreación; mira el cielo despejado sintiendo la cálida mañana en su rostro, y proyecta una nueva vida. 
"Hoy comenzaré a estudiar"

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