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domingo, 3 de septiembre de 2017

El encuentro



Cuando la vio por primera vez, supo que sería la última. Supo que , claramente, toda su vida había sido un largo preparativo para ese momento. Una serie de pruebas de ensayo y error, que culminaron en ese instante convergente. 

Cuando la vio por primera vez, supo que sería la primera. La primera que conocería todas sus hazañas y proezas; la primera que vería con buenos ojos sus desventuras y defectos; que acariciaría cada uno de sus logros. Pudo ver en su mirada algo del orden del encuentro. No ese encuentro que mantenemos todos los días con extraños transeúntes que discurren por las calles con algún superficial objetivo. 

Hablo del verdadero encuentro; ese que tiene la potencialidad del cambio. De cambiar el rumbo. De alterar lo establecido. De ese tipo de encuentro estoy hablando. A ese tipo único y verdadero de contacto pudo asistir cuando la vio por primera vez. Un instante donde las fatalidades dejan lugar a oportunidades. Donde lo otro es posible. Un verdadero instante que marcó un antes y un después. 

Pudo sentir la brisa de verano recorrer con esmero cada una de sus incipientes arrugas. Pudo oír el sonido ambiental como lejano a pesar de la cercanía de los automóviles y sus bocinas. Hasta pudo sentir el lento paso del tiempo que caracteriza al encuentro. Ese tiempo que se torna absoluto en su relatividad cuando algo nuevo nos pasa; cuando la experiencia realmente acontece. Todo esto pasó cuando la vio por primera vez. Simplemente se convirtió en un hombre nuevo. 

Cuando la vio por primera vez, supo que sería la última vez que vería con esos ojos.

viernes, 18 de agosto de 2017

La anhedonia


Mientras manejaba recordaba aquel acontecimiento que marcó su vida. Resulta sorprendente como hechos tan pequeños como un cachetazo, una pelea, un beso... pueden marcarnos de maneras inusitadas para otros aspectos de la vida. Recordó cuando su padre le dijo lisa y llanamente "no podés". 
Fue como una mochila que cargó para siempre. Una mochila abierta que con el correr de los años se hizo más pesada. La llenaron sus novias, sus jefes, sus malos amigos, sus profesores y hasta sus médicos. La llenaron a tal punto que realmente no pudo moverse más.
 Un día cayó en una profunda anhedonia. Nada lo colmaba. Absolutamente nada. Esa mochila no tenía espacio para más. Simplemente no podía encarar sus días con placer. Vivía por vivir.  Ni el mismo sabía explicar qué es lo que le pasaba cuando sus novias le demandaban amor.  Pero en el fondo lo sabía. Su padre siempre tuvo razón. El no podía. No podía nada. No pudo conservar un trabajo por más de seis meses, nunca pudo terminar  estudios terciarios, nunca pudo encarar una relación duradera. Nunca nada. 

Ahora, camino al hospital pudo recordar ese momento. Cuando era pequeño, unos diez años, le había comentado a su padre el deseo de ser pianista.
-          No hay plata para eso-dijo su padre seriamente. Además no tenés talento. No podés
Sólo eso basto para aplastar su deseo. Nunca más insistió con el tema. Quizá la seriedad solemne con que se lo dijo. Quizá el hecho de remarcarle su falta de talento. O quizá que se lo dijo un día en que quién sabe qué químico cerebral no estaba funcionando correctamente.  Lo cierto es que guardó bien al fondo de la mochila el deseo de ser músico y se dedicó simplemente a hacer lo que todos esperaban que hiciera. “Estudiar para ser alguien el día de mañana”.
Le puso esmero al estudio. Lamentablemente no tenía muchas aptitudes académicas, por lo que a duras penas terminó sus estudios secundarios y se dedicó a trabajar de lo que podía. De vez en cuando se inscribía en alguna carrera terciaria para tener mejores trabajos. Pero nunca finalizaba esos estudios. Siempre había algún curso nuevo, alguna oportunidad laboral única que terminaba siendo una decepción. Odiaba tener jefes. Odiaba cumplir con horarios laborales estrictos. Con la vida amorosa todo era igual. Estaba con mujeres porque eso se esperaba. Nunca sintió amor por ninguna. Y tal vez nunca sintió amor por nada ni nadie.
Con el correr de los años su padre fue conociendo a otra mujer con la que planea irse a vivir y formar una familia. Mirta. Ella está a punto de dar a luz. Últimamente su padre se llena la boca con este nuevo hijo. Lo llena de sueños y deseos. Quiere que sea jugador de fútbol. Habla con Mirta de cómo cuando tenga edad lo llevará al club para que de a poco desarrolle el talento futbolero.
Va camino al hospital para conocer a su hermano recién nacido mientras piensa en aquel momento y de cómo lo marcó para siempre. Va pensando en su falta de deseo para la vida. De cómo el “no podés” marcó una y cada una de sus aventuras. Pero pasa de largo. No se detiene en el hospital. Estaciona en frente de un pequeño edificio con un anuncio en letras llamativas
ESCUELA DE MÚSICA CONTEMPORÁNEA.

miércoles, 29 de marzo de 2017

Viviendo cada dos años


Viviendo cada dos años

Luego de firmar comenzaba su vida, el alivio, la felicidad. Resultaba ser una refrescante manera de recomenzar la existencia. Todas las preocupaciones desaparecían luego de firmar. El excesivo estrés de los meses anteriores se disipaba; la preocupación por el bienestar de su hijo se disipaba; el malestar por la injusticia de la vida, del país y del mundo se disipaba como abatido por una brisa otoñal refrescante. Curioso momento el de la firma de un contrato. Le hacía olvidar de los pormenores potencialmente  desventajosos para él  y su familia que muchas de las cláusulas establecían. Le hacían olvidar de la cuantiosa suma de dinero que tuvo que desembolsar para la confección de la papeleta y para el acceso a un derecho humano tan inalienable. Le hacía olvidar la angustia tan particular que se presentifica ante la incertidumbre del arraigo. Si esta temporal amnesia o analgesia de los problemas no es la felicidad, pues no se qué lo sería.
Lamentablemente, tal adormecimiento sólo duraba dos años. En realidad uno. Porque pasado un año de la firma del contrato comenzaban las preocupaciones nuevamente.

¿Me renovará el contrato? Nos hemos portado en forma excepcionalmente correcta. Jamás incumplimos ninguna cláusula. Probablemente pague yo de forma íntegra ese arreglo que en realidad le corresponde a él; quizá con esto logre caerle mejor de lo que ya le caigo y renueve. No es un mal tipo, seguramente le costó mucho tener su propiedad; es normal y necesario que cuide lo suyo ¿Aumentará mucho? Espero que no; no podría costear un aumento desmesurado; sumado a las comisiones y gastos administrativos. Espero que esta vez sea en forma directa ¡No me atrasé ni un solo día! ¿Dónde conseguirá alguien mejor? No pude acceder al anhelado crédito. Nuestras ganancias son dignas; pero no tengo el treinta por ciento ni mucho menos. No tengo gastos excesivos, pero aún así no pude ahorrar este año ¿Hay gente que puede?¿Cómo lo hacen sin ayuda de nadie? No tengo familiares que puedan facilitarme un préstamo; del banco ni hablar. Ya son demasiados los créditos que tuvimos que pedir para otros contratos, otras renovaciones. Seguramente deba pedir uno nuevo. Hice todo lo que la sociedad demanda para el éxito. Estudié una carrera universitaria, tengo mi negocio al que no le va mal, pero me alcanza para lo justo, los gastos, lo necesario. Todo aumenta, hay aires de crisis, vientos de despido. ¿Me pedirá garantía propietaria? Ya no tengo parientes que me salgan de garantes. Hasta ahora he conseguido, pero me han dicho que ya no. No sé por qué. Supongo que tienen miedo de perder lo suyo, que tanto les ha costado. Debí haber esperado a tener un hijo, pero lo deseábamos tanto. ¿Hice mal? ¿Formar una familia es sólo para los que tienen su propiedad? Y si no consigo la garantía propietaria cómo hago. Es probable que pueda acceder a garantías de financieras; pero no todos las aceptan. ¿Este la aceptará? Muchos ni si quieran quieren niños. Lo de mi perro  ya está: si no lo aceptan tendré que regalarlo. Otra no me queda.  He escuchado de nuevos préstamos donde supuestamente se paga lo mismo que un alquiler; pero está difícil sin ahorro previo. Algo tengo ahorrado. Sólo me piden el treinta por ciento, es poco ese número… pero son 480000 pesos para una casa modesta, en un barrio modesto. Sin contar otros gastos administrativos también en dólares. No lo tengo; no pude… fracasé. No recuerdo cuándo fueron mis últimas vacaciones. ¡Mil quinientos pesos de luz!¿Cómo ahorrar con tantos gastos? Por suerte mi hijo aún es un bebé, no hay que pensar aún en el colegio y todo eso. Es cierto, hay personas que están peor, tengo que agradecer que mi hijo tiene un techo...Lo veo reír mientras juega. Es hermoso. Me llena de alegría. Me angustia.

¡Es tan fácil terminar en la calle!


Hoy firma su nuevo contrato de alquiler. En un nuevo lugar. Otro dueño. Otra inmobiliaria. Las esperanzas se renuevan; la vida se renueva. Quizá en estos dos años logre acceder al crédito hipotecario y tener su casa propia. O quizá logre esta vez renovar.