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viernes, 18 de agosto de 2017

La anhedonia


Mientras manejaba recordaba aquel acontecimiento que marcó su vida. Resulta sorprendente como hechos tan pequeños como un cachetazo, una pelea, un beso... pueden marcarnos de maneras inusitadas para otros aspectos de la vida. Recordó cuando su padre le dijo lisa y llanamente "no podés". 
Fue como una mochila que cargó para siempre. Una mochila abierta que con el correr de los años se hizo más pesada. La llenaron sus novias, sus jefes, sus malos amigos, sus profesores y hasta sus médicos. La llenaron a tal punto que realmente no pudo moverse más.
 Un día cayó en una profunda anhedonia. Nada lo colmaba. Absolutamente nada. Esa mochila no tenía espacio para más. Simplemente no podía encarar sus días con placer. Vivía por vivir.  Ni el mismo sabía explicar qué es lo que le pasaba cuando sus novias le demandaban amor.  Pero en el fondo lo sabía. Su padre siempre tuvo razón. El no podía. No podía nada. No pudo conservar un trabajo por más de seis meses, nunca pudo terminar  estudios terciarios, nunca pudo encarar una relación duradera. Nunca nada. 

Ahora, camino al hospital pudo recordar ese momento. Cuando era pequeño, unos diez años, le había comentado a su padre el deseo de ser pianista.
-          No hay plata para eso-dijo su padre seriamente. Además no tenés talento. No podés
Sólo eso basto para aplastar su deseo. Nunca más insistió con el tema. Quizá la seriedad solemne con que se lo dijo. Quizá el hecho de remarcarle su falta de talento. O quizá que se lo dijo un día en que quién sabe qué químico cerebral no estaba funcionando correctamente.  Lo cierto es que guardó bien al fondo de la mochila el deseo de ser músico y se dedicó simplemente a hacer lo que todos esperaban que hiciera. “Estudiar para ser alguien el día de mañana”.
Le puso esmero al estudio. Lamentablemente no tenía muchas aptitudes académicas, por lo que a duras penas terminó sus estudios secundarios y se dedicó a trabajar de lo que podía. De vez en cuando se inscribía en alguna carrera terciaria para tener mejores trabajos. Pero nunca finalizaba esos estudios. Siempre había algún curso nuevo, alguna oportunidad laboral única que terminaba siendo una decepción. Odiaba tener jefes. Odiaba cumplir con horarios laborales estrictos. Con la vida amorosa todo era igual. Estaba con mujeres porque eso se esperaba. Nunca sintió amor por ninguna. Y tal vez nunca sintió amor por nada ni nadie.
Con el correr de los años su padre fue conociendo a otra mujer con la que planea irse a vivir y formar una familia. Mirta. Ella está a punto de dar a luz. Últimamente su padre se llena la boca con este nuevo hijo. Lo llena de sueños y deseos. Quiere que sea jugador de fútbol. Habla con Mirta de cómo cuando tenga edad lo llevará al club para que de a poco desarrolle el talento futbolero.
Va camino al hospital para conocer a su hermano recién nacido mientras piensa en aquel momento y de cómo lo marcó para siempre. Va pensando en su falta de deseo para la vida. De cómo el “no podés” marcó una y cada una de sus aventuras. Pero pasa de largo. No se detiene en el hospital. Estaciona en frente de un pequeño edificio con un anuncio en letras llamativas
ESCUELA DE MÚSICA CONTEMPORÁNEA.