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sábado, 24 de diciembre de 2016

Un milagro navideño



Un milagro navideño

Terminó la discusión sentenciando que la navidad era un día más, que no debería hacerse tanto alboroto. Pero no siempre fue así. O por lo menos, no para él. Ciertamente desde pequeño la víspera de navidad traía su propio aroma. No como en las películas de Hollywood, donde los adornos rojos y verdes taponando la nieve parecieran  encubrir el crudo invierno, sino el aroma del incipiente verano, generalmente pasado por agua. Recordaba esas navidades en casa de sus padres; la pirotecnia siempre insegura; los efluvios de la carne asada y el candor del brindis con un beso. No recordaba exactamente el momento preciso en que empezó a odiar las fiestas. Pero, muy seguramente fue cuando sucumbió a la madurez. Cuando dejó de ser niño y perdió  las esperanzas para siempre.
 Se recluyó por completo en la más absoluta soledad cuando abandonó el hogar de sus padres. Impostando una pretenciosa independencia afectiva, en pos del crecimiento profesional Odiando cada uno de los acontecimientos donde se demostrara algún tipo de amor. Sin amigos ni familia. Discutía con  cada desconocido que defendiera las festividades, siempre en el anonimato de las redes sociales. Detestaba el calor sofocante de Diciembre, aquí en pleno centro porteño.
Sus padres nunca perdieron las esperanzas. Cada 20 de Diciembre comenzaban una larga peregrinación telefónica para convencerlo de festejar la noche buena  en su casa. Pero él siempre se las ingeniaba para matar sus esperanzas. No atendía las llamadas, o atendía con deprecio y si ellos osaban acercarse en persona, apagaba las luces de su departamento y se echaba una buena siesta hasta que se fueran. Así por 10 años largos esquivó los festejos navideños.
Hoy estamos a 24 de Diciembre. Aún nadie ha llamado. Aún nadie ha tocado a su puerta para rogarle festejar la noche buena en familia. Contrariamente, no se siente liberado. Se siente extremadamente sólo. Desea el aroma de esas navidades de la infancia, de las veredas recién baldeadas; anhela el sonido inseguro de la pirotecnia; el humo de la carne asada y sobre todo, el candor de los brindis con un beso. Decide llamar a sus padres, quizá aún quieran recibirlo…